(Rt 1, 1. 3-8. 14-16. 22 / Sal 145 / Mt 22, 34-40)
Reconocer y corresponder, son dos palabras con las que podemos regir buena parte de nuestra espiritualidad; quien sabe reconocer lo que se le ha dado, vivirá agradecido y terminará por comportarse de acuerdo con esa experiencia. ¿Agradezco la misericordia de Dios? ¿Correspondo al amor que se me ha dado?
Cuando al Señor le preguntan sobre el mandamiento de la ley, el responde dos, no sólo uno: “Amarás al Señor, tu Dios, en todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Porque uno no puede experimentar el amor sin que se le note o produzca cambios en su interior.
Por ello, si nos hemos encontrado con Cristo, nuestra mayor preocupación debería ser pedirle a Dios «descubra su camino y nos guíe con la verdad de su doctrina», porque quien cuenta con Dios está abierto al cambio. Rut en la primera lectura, por amor y fidelidad le dice a su suegra: “No insistas en que te abandone y me vaya, porque a donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”.
Pidámosle a Dios, Espíritu Santo, que invada profundamente nuestro ser y reanime todo aquello que por miedo u incomprensión hayamos dejado que cayera en desánimo, que revitalice nuestro ser con su amor para estar siempre abiertos al cambio y la libertad que su amor producen.
(P. JLSS)
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