(Gn 1,1-2,2 / Sal 32 / Gn 22, 1-18 / Sal 15 / Ex 14,15-15,1 / Ex 15 / Is 54, 5-14 / Sal 29 / Is 55,1-11 / Is 12 / Bar 3, 9-15. 32-4, 4 / Sal 18 / Ez 36, 16-28 / Sal 50 // Rom 6, 3-11 / Sal 117 / Mc 16, 1-7)

Tras escuchar, a grosso modo, la historia de nuestra salvación no queda más que dejarse sorprender «Porque tanto amó Dios al mundo que le dió a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. (Jn 3, 16)», Dios nos ha querido dejar en claro la fuerza de su amor.

En la celebración del Triduo Pascual contemplamos cómo es el amor que Dios nos tiene, no sólo se ha querido revelar sino que ha querido dejarnos patente la fuerza de este amor; en la última cena, en un ambiente de despedida quiso dejar patente su amor lavando los pies y quedándose como alimento; en su entrega del viernes quiso dejar claro que ni en el momento doloroso o difícil nos abandonará; hoy celebramos aunque todo al rededor quisiera acabar con Él, su amor siempre triunfará.

En el cirio pascual encontramos el signo de ese fuego que acaba con las tinieblas, la luz del amor de Jesucristo que es más potente que cualquier oscuridad y nada lo apaga, al encender cada uno de nosotros nuestros cirios aceptamos que el amor de Dios y la gracia de la resurrección iluminen todas nuestras oscuridades. Ya que “por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.”

Sólo cada uno de nosotros sabemos cuáles son nuestras mayores preocupaciones, las mujeres del Evangelio se preocupaban por quien les quitaría la piedra del sepulcro ¿cuáles son las piedras que te están estorbando para encontrarte con Jesús? Ponlas en manos de Dios y deja de darles tanto poder… “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado.”

(P. JLSS)