SÁBADO – SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Mac 6, 1-13 / Sal 9 / Lc 20, 27-40)

Tras una semana de escuchar los testimonios de aquellas personas que prefirieron obedecer a Dios antes que las ordenes dadas por el rey Antíoco Epifanes, hoy escuchamos en la primera lectura la tristeza que vivió sus últimos días. Es triste, pareciera que los seres humanos necesitáramos desgracias para poder romper nuestro orgullo.

El rey, tuvo que perder dos batallas para ser capaz de reconocer las injusticias que había cometido, no fueron las víctimas fue su fracaso el que le movió al arrepentimiento… dejemos que el amor de Dios entre en nuestras vidas y permitamos que la fuerza de su gracia aclare en nuestro interior, qué situaciones debemos de soltar para poder vivir con libertad.

Sepamos reconocer la acción de Dios en nuestras vidas, para que esta experiencia elimine de nuestro interior la soberbia, “te doy gracias, Señor, de todo corazón y proclamaré todas tus maravillas; me alegro y me regocijo contigo y toco en tu honor, Altísimo”. Dios es un Dios de vivos no de muertos…

Dejemos de lado todas aquellas interrogantes secundarias y asumamos lo principal, los saduceos ponen un caso a Jesús super exagerado, no para aprender sino para justificar sus creencias, el Señor no cae en su juego y aclara el tema de la resurrección. “Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.” Preocupémonos por vivir en libertad y no esclavos de nuestro orgullo.

(P. JLSS)

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