En todas nuestras celebraciones eucarísticas, entre todas las referencias a la Sagrada escritura que hacemos en nuestras oraciones y aclamaciones, una de las más importantes no provienen de un apóstol o un profeta importante sino de un oficial romano: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano.” Cuya fe fue reconocida por el mismo Señor.

De esa frase podemos aprender mucho: el soldado reconoció que el poder del Señor es más grande que nuestras ideas y prejuicios; le da su lugar al Señor como importante líder religioso; se reconoce indigno pero se abandona a su poder; sabe por lo que ha oído y cree que Jesucristo tiene poder para solucionar su problema ¿tú sigues creyéndole?

Continuando con la historia de Abraham y Sara, hoy se anuncia el nacimiento inminente de su hijo, cosa que a ella le da hasta risa porque ya hasta le «había cesado su regla» nos dice el texto, por lo que el Señor le llama la atención. Nosotros confesamos que «nada es imposible para Dios» (cf. Lc 1, 37). Aquello que tengas tiempo sin pedir, vuélvelo a poner en sus manos con plena confianza en su poder.

Dios Padre nuestro, reanima en nosotros la certeza de tu paternidad amorosa, que podamos acercarnos a ti con plena confianza en tu poder y no desde la desconfianza por nuestra «indignidad», te damos gracias porque tú has querido hacernos dignos de servirte, nos abandonamos a tu amor cual niños que se quedan en el regazo de su padre.

(P. JLSS)