(Miq 7, 14-15. 18-20 / Sal 102 / Lc 15, 1-3. 11-32)

Tras el testimonio de amor de nuestro Señor Jesucristo, en su entrega por nosotros, deberían conmovernos las palabras del salmo: “Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.”

¿Qué situación de tu vida crees que te aleja más de Dios? ¿Qué es aquello en lo que has venido malgastando la herencia que te ha dado el Padre celestial? Déjate conmover por el amor del Señor y deja que las palabras del profeta Miqueas retumben en ti, “¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel? No mantendrás por siempre tu cólera, pues te complaces en ser misericordioso.”

En la parábola que hemos escuchado, Jesús ha dejado un mensaje claro: Dios nos está esperando siempre, no importa qué hayas hecho, cómo hayas malgastado lo que Él te ha confiado hasta este momento, vuelve a él decidido(a) a no separarte jamás… déjate impresionar por el amor, más que por tus prejuicios o los que te hayan formado.

Jesús nos enseña cuál es la actitud que tiene el Padre cuando alguno de nosotros regresa: “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos…” en un momento de silencio reflexiona qué es aquello que debes dejar y entrégaselo a Dios.

(P. JLSS)