(Sir [Eclo] 36, 1-2. 5-6. 13-19 / Sal 78 / Mc 10, 32-45)

El día de ayer, la palabra de Dios nos invitaba a recordar que al Señor no le podemos sobornar ni impresionar con apariencias, si le queremos agradar debemos ser auténticos, no hipócritas, y aceptar su voluntad aunque ésta de momento pudiera no compaginar con nuestras maneras de pensar.

En el Evangelio escuchamos cómo cuando un “discípulo” se preocupa demasiado por hacer carrera buscando puestos de autoridad o jerárquicos, dejará de tomar en cuenta a Jesús para sus decisiones, podríamos decir que le ignorará y le dejará de lado. Cuando a uno le interesa el poder por el poder, sacará a Dios de su vida. Cuanto religioso(a), jerarca, político, etc., viven encerrados en su soberbia y no aceptan la más mínima corrección, si no la acepta del hermano al que ve, menos de Dios al que no ve (cf. 1Jn 4, 20).

Mientras Jesus anuncia su pasión, unos discípulos le piden a puestos, actuando de manera semejante a aquellos hijos que piden a sus padres la herencia en vida (como diciendo: «estas tardando mucho en morirte») por ello, el Señor, para ubicarles les dice: “el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.

Quien se sabe amado se le nota, al igual que al inseguro se le nota; al primero, por la libertad que trae el amor; al segundo, por su interés por presumir “lo que ha logrado”… ¿Qué tipo de discípulo eres? ¿Te preocupas por disfrutar el amor de Dios o buscas alcanzar la seguridad en cuestiones secundarias? “Que tu amor venga pronto a socorrernos, porque estamos totalmente abatidos”. Danos tu amor y gracia, Padre, que eso nos baste.

(P. JLSS)