JUEVES – SEMANA VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
(Is 52, 13 -53, 13 / Sal 39 / Lc 22, 14-20)

Todos los jueves como Iglesia procuramos que sea un día de Adoración Eucarística y de oración por los sacerdotes, recordando aquel día en el que se llevó a cabo la Última Cena del Señor, en la que se da el mandamiento del amor, la institución del sacerdocio y de la Eucaristía. Pero desde hace unos años el domingo posterior a Pentecostés celebramos a nuestro Sumo y Eterno Sacerdote.

Pentecostés es la muestra de la entrada de nuestro Señor Resucitado a los cielos, desde donde pide por nosotros, intercede y nos concede todos los dones. No podemos olvidar que “Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados”. Todo aquello que nos acongoja lo debemos de poner en sus manos con plena confianza.

Tenemos que aceptar su inmenso amor, evitar caer en la tentación de creer que debemos cambiar para alcanzar su amor, Él nos ofrece su amor para ayudarnos a cambiar, porque sabe que le necesitamos. Aceptar su misericordia implica el reconocimiento de que “todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes”. No porque nos lo mereciéramos, quizá, pero sí porque lo necesitábamos.

Este día reconocemos una vez más el inmenso amor de Dios, recordamos que contamos con Él, que si no se acobardo cuando estaba en la cruz, menos nos abandonara hoy que está glorificado en el cielo. Pongámonos en sus manos y dejemos de temer. Que el Señor nos ayude a los sacerdotes para ser dignos administradores de los Misterios y siempre conducirles a Dios.

(P. JLSS)

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