(Hch 8, 1-8 / Sal 65 / Jn 6, 35-40)

Ayer que celebrábamos al evangelista Marcos, hablamos de cómo el Señor se vale hasta de nuestros titubeos para hacer que se cumpla su voluntad, hoy escuchamos como tras la muerte de Esteban se desata una persecución en Jerusalén y todos, menos los apóstoles se dispersan, haciendo que el Evangelio llegue a todos los lugares a los que estos llegaban.

Todos los mártires dan testimonio de que nuestra fe trasciende y no se limita por nada material ni temporal, manifiestan al mundo su confianza en que «el que cree en Jesucristo tiene vida eterna, y Él lo resucitará en el último día.” ¿Que situación te está haciendo temer en estos momentos?

Hagamos un momento de silencio y reflexionemos las palabras del Señor Jesús: “Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día.” La convicción del Señor por nuestra libertad es impresionante, miraba a cada uno de aquellos con los que se topaba como un regalo que Dios le daba.

Pidámosle a nuestro Padre Celestial que acreciente nuestra confianza en , que por ayuda del Espíritu Santo nuestra esperanza se vea fortalecida y no temamos a ninguna cuestión secundaria, que nuestro mayor temor sea perder nuestra comunión con Dios. Si andamos con necesidad, escuchemos la voz del Señor que nos dice: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.”

(P. JLSS)