MIÉRCOLES – SEMANA III DE CUARESMA

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(Dt 4, 1. 5-9 / Sal 147 / Mt 5, 17-19)

Hablar de la Misericordia de Dios no debe confundirse con permisividad o interpretarse de manera laxa. Jesús lo enseña: “Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley”.

Jesús no viene a enseñar a quebrantar la ley, lo que Él enseña es a cumplir con la ley desde el amor y no desde el temor, uno es fiel a Dios porque reconoce el inmenso amor que se le ha manifestado, incluso desde “no vayas a olvidarte de estos hechos que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; al contrario, transmíteselos a tus hijos y a los hijos de tus hijos”.

¿Qué tan presente tienes el amor que Dios te ha manifestado? De ello dependerá cómo vivas tu fe, cómo la transmitas, el interés que pongas para que esta genere un cambio en tu vida. Desde el pentateuco la enseñanza ha sido que no olvidemos la acción de Dios, “porque, ¿cuál otra nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos como lo está nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos y preceptos sean tan justos como toda esta ley que ahora les doy?”

Señor, sabemos que eres justo y misericordioso, enséñanos a corresponder al inmenso amor que nos tienes para poder optar siempre por ti, haz que anhelemos siempre vivir un día estar gozando plenamente de tu inmenso amor y que ese deseo sea mayor que nuestro miedos a dejar nuestros pecados y malos hábitos.

(P. JLSS)

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