(Ex 33, 7-11; 34, 5-9. 28 / Sal 102 / Mt 13, 36-43)
Ayer reflexionábamos acerca de nuestra necesidad de hacer silencio para reconocer lo que Dios nos pide, meditábamos que debemos estar atentos a aquello a lo que le estamos permitiendo generar algún movimiento en nosotros, si a Dios o al miedo o incomprensión.
Hoy la palabra nos invita a que nos cuestionemos cuáles son aquellas cosas que ahogan en nuestro interior la Palabra de Dios, qué es aquello que evita que la Palabra de Dios produzca frutos. La semilla es buena ¿Por que no surgen frutos buenos? ¿Qué evita que seamos tierra buena?
Escuchamos en el libro del Éxodo, cómo Moisés coloca la tienda del Encuentro a cierta distancia del campamento, cada que quería hablar con Dios debía «alejarse» de todo, quizá en estos momentos esto sea lo que esté haciendo falta, alejarnos del bullicio y acercarnos al nuestro Padre Misericordioso.
Padre, necesitamos dejar de lado nuestros prejuicios personales, que el Espíritu Santo grabe en nuestras mentes y corazones las palabras del salmo que hemos escuchado: “Así como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos barro, no se olvida”. No nos ama porque seamos perfectos, sino porque ha decidido hacerlo, Él es amor y nos ama.
(P. JLSS)
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