(Nm 21, 4-9 / Sal 101 / Jn 8, 21-30)
Uno de los temas más importantes del Evangelio de Juan es la «glorificación del Hijo», que se da en la Cruz. Hoy escuchamos al Señor afirmar esto: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo.” En la Cruz del Señor reconocemos la voluntad que tiene de salvarnos.
Incluso les llega a decir a sus discípulos en otra ocasión «cuando sea levantado atraeré a todos hacia mí» (cf. Jn 12, 32) ¿te dejas conmover por el Señor crucificado? Fue por ti, fue por mí, fue por nuestra libertad. Aprovechemos este maravilloso don y reconozcamos todo el amor que nos ofrece.
Dejemos de reclamar a Dios por aquello que no comprendamos, no seamos como el pueblo de Israel que dudaron de Él aunque habían visto sus obras (cf. sal 95, 8-9), reconozcamos su poder que vence la muerte y reconozcamos en el crucificado el remedio a todos nuestros males.
Espíritu Santo derrámate sobre nosotros para que la Cruz del Señor nos impulse a no rendirnos, quien te es fiel jamás queda desamparado. Graba en nuestras mentes las palabras del Hijo: «Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él» (Jn 3, 14-17).
(P. JLSS)
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