(Flp 2, 6-11 / Sal 77 / Jn 3, 13-17)

Aún cuando en todo el mundo la fiesta de la Santa Cruz se celebra en septiembre, en México la fiesta del «Hallazgo de la Santa Cruz» que se celebraba el tres de mayo (antes de la reforma litúrgica) estaba tan arraigada en el pueblo que se respetó la fecha de la fiesta. No celebramos el instrumento, sino lo que sucedió en el mismo.

En el prefacio de este día escuchamos la acción de gracias a Dios Padre: «Porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que, de donde tuvo origen la muerte, de allí surgiera la vida; y el que en un árbol venció, fuera en un árbol vencido…», y en el Evangelio escuchamos a Jesús decir: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

En el crucificado encontramos el remedio que necesitamos para cualquier amenaza o dificultad, es allí donde el amor de Dios, esa firme y permanente determinación por nuestro bien, ha quedado manifestado más allá de las palabras. Levantemos nuestros rostros, contemplemos el misterio de amor y dejémonos amar. A él nadie le quito la vida, él la quiso dar por ti y por mi, por nuestra libertad (cf. Jn 10, 18).

Por amor a nosotros “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo.” Aprendamos del Señor y abandonémonos a la voluntad de Dios, a Él ni matándolo lo vencieron y los que le pertenecemos a él correremos la misma suerte. «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo». Tomemos nuestra cruz y sigámosle, nunca nos dejará defraudados. (Cf. Mt 16, 24)

(P. JLSS)