(Hch 4, 32-37 / Sal 92 / Jn 3, 7-15)
Ayer recordábamos a san Marcos, Evangelista y hablábamos de que era sobrino de Bernabé, hoy hemos escuchado cuando se nos presenta: “José, levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que significa hábil para exhortar), tenía un campo; lo vendió y puso el dinero a disposición de los apóstoles”. Tras su encuentro con el Evangelio, lo acepta y se abandona a Dios.
Después de haber meditado sobre la Misericordia Divina, sobre el amor de Dios hacía cada uno de nosotros ¿Qué tanta confianza tenemos en Dios? ¿Confiamos más en Él que en lo material? Las primeras comunidades procuraban que todos experimentaran la providencia a través de la comunidad. Como hace falta recuperar el sentido de todo aquello a lo que se le llama «comunidad».
Nosotros formamos parte de una gran comunidad que se llama Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, en el que todos nosotros reconocemos la necesidad de cumplir con lo que nos toca hacer en ella, para que esto funcione. Confiando plenamente en que Dios «es un rey magnífico» y que su voluntad es que todos nos salvemos (cf. 1Tim 2, 4) ¿reconoces el antídoto que Dios te ha enviado para hacer frente a cualquier amenaza?
Volvamos nuestras vistas al crucificado y aceptemos su poder recordando que: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”; acudamos a Él y dejemos que él nos impulse a manifestar con nuestras vidas la confianza que le tenemos.
(P. JLSS)
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