LUNES – SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Dn 1, 1-6. 8-20 / Dn 3 / Lc 21, 1-4)

Ayer celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. En ella, reflexionábamos acerca de la entereza del Señor frente a Pilato, decíamos que toda autoridad que se anuncia es inexistente y nula, si para mandar o dar indicaciones necesitas decir: “yo aquí soy…” es señal de que, consciente o inconscientemente, no te la crees o te achicas. Nuestro Rey no se achica frente a nadie.

Nuestra esperanza, nuestra perseverancia dependerán del valor que le demos a Dios por sobre todas las cosas; en la primera lectura vemos el ejemplo de Daniel, Ananías, Azarías y Misael, quienes prefirieron ser fieles a Dios antes que a las indicaciones de Nabucodonosor y por confiar más en Dios que en autoridades mundanas, adquirieron sabiduría y más salud que aquellos que sí se sometieron a ellas.

¿En quién confías más, en Dios o en qué? ¿A qué te aferras más? ¿A quién le eres más fiel? En el Evangelio encontramos a la viejita que confía más en Dios que en las moneditas que traía en su bolsa. Ella puso en manos de Dios «todo lo que tenía para vivir”, confiemos más en Dios que en nuestra lógica.

Padre Eterno, que nunca se nos olviden las indicaciones de tu hijo: “Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre…” nuestro Rey, Jesucristo, que nos ha amado, que nos ama y nos amará por siempre prometió que volverá y así lo hará, que el Espíritu Santo nos ayude para que no vivamos como abandonados, estamos esperando el regreso de nuestro Rey.

(P. JLSS)

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