(Rom 8, 12-17 / Sal 67 / Lc 13, 10-17)
Una vez más encontramos en la Palabra las diferentes reacciones que pueden tener ante Jesús, por un lado, quienes se creen buenos y, por el otro, quien se reconoce necesitado. El jefe de la sinagoga se molesta porque el Señor hace algo “que no debía” según su manera de pensar… ¿sientes la necesidad de encontrarte con Jesús?
La mujer enferma, deja que Jesús le imponga las manos y haga lo que sea necesario para curarse, llega a experimentar en carne propia las palabras del salmo: cuando el Señor actúa, sus enemigos se dispersan y huyen ante su faz los que lo odian. Ante el Señor, su Dios, gocen los justos y salten de alegría.”
Dejemos que el Señor nos llene de la alegría que proviene del Espíritu Santo y dejémosle ser en nuestro interior, recordemos que «si con la ayuda del Espíritu destruimos nuestras malas acciones, viviremos. “El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él.”
Dejemos que Dios actúe en nuestro interior, que nuestra mayor influencia sea la del Espíritu Santo que nos recuerda siempre lo valiosos que somos y lo que nos merecemos como amados por el Padre. “No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.
(P. JLSS)
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