Fiesta de Santiago, Apóstol
(2Cor 4, 7-15 / Sal 125 / Mt 20, 20-38)

Cada que celebramos a algún apóstol debemos recordar las palabras del Señor: “Yo los he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayan y den fruto y su fruto permanezca…” y preguntarnos sinceramente si estamos permitiendo a la Palabra de Dios producir fruto en nosotros o no.

Cada apóstol nos enseña que debemos confiar en el Señor, en su amor y gracia, más que en cualquier otra cosa. Ellos a pesar de sus limitaciones se abandonaron en el Espíritu Santo, reconociendo cómo San Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos.”

La grandeza no está en nosotros sino en Aquel que nunca nos abandona, nos acompaña en el camino y nos ha destinado para que demos fruto. Santiago junto a su hermano Juan y los demás apóstoles, siguió al Señor hasta sus últimas consecuencias. Al igual que a él, a ti y a mi el Señor nos pide seguirle totalmente abandonados a su amor y voluntad. No tengamos miedo.

Contamos con el Señor, pidámosle por todo aquello que nos hace falta y creemos más necesario en nuestras vidas en estos momento; que acreciente nuestra fe y nuestra esperanza de tal manera que pueda manifestarse en nosotros la seguridad en su amor: “sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos”.

(P. JLSS)