(Jr 14, 17-22 / Sal 78 / Mt 13, 36-43)

El domingo que escuchábamos a Abraham intercediendo por los justos que habitaban las ciudades de Sodoma y Gomorra, me impresionaba el ejemplo de este santo varón que no puede entender que corran la misma suerte los buenos que los malos, acude a Dios no para reclamar sino para interceder por ellos y cómo buscando comprensión.

Y es que ante el «mal» (metafísicamente entendido cómo ausencia de bien) y lo incomprensible pueden haber dos reacciones, por un lado, el reclamo y la justificación para no cambiar y, por el otro lado, una búsqueda de Dios al reconocer nuevamente la falta que hace. Todo dependerá del conocimiento que tengamos de él.

Jeremías, en la primera lectura, tras describir todas las desgracias que veía en la ciudad y sus habitantes dice: “Reconocemos, Señor, nuestras maldades y las culpas de nuestros padres; hemos pecado contra ti. Por ser tú quién eres, no nos rechaces; no deshonres el trono de tu gloria”, en lugar de buscar culpables acepta con responsabilidad la realidad y acude a quien le puede salvar de la misma.

“La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá para siempre.” Abandonémonos a la fuerza del Espíritu Santo y dejemos que nos impulse a ser mejores y responsables. Dios ya nos ha demostrado todo de lo que es capaz por nosotros, depende de nosotros la interpretación de la realidad ¿la hacemos como alguien que se sabe hijo de Dios o como quien parece huérfano?

(P. JLSS)