(Gn 1, 1-19 / Sal 103 / Mc 6, 35-56)

Ayer comenzábamos esta semana con la invitación de parte de Dios a ser buenos, no sólo aparentar bondad. Para lograrlo nos ayudará reconocer su bondad en el mero hecho de existir, alegrarnos como el salmista: “¡Qué numerosas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con maestría! La tierra está llena de tus creaturas. Bendice al Señor, alma mía.”

Me gusta mucho un texto del libro de la Sabiduría en el que se reconoce que «Dios ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho, pues si hubiera odiado alguna cosa, no la habría creado» (cf. Sab 11, 24), estar vivos es razón suficiente para reconocernos queridos por Dios, cuánto más el sabernos redimidos por Cristo debería rebasarnos de gozo.

En el Evangelio se nos cuenta del Señor que, “a dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.” ¿Confías en que el Señor te ama y es capaz de curarte de cualquier enfermedad o dolencia? ¿Con qué actitud te le acercas?

Padre, sabemos que todo en la creación es buena, está bien hecho, por ello te pedimos que nos cures de todo aquello que el pecado y/o nuestras malas decisiones nos hayan ocasionado, que jamás confundamos una limitación con defecto. El pecado nos limita pero el saber que estamos «bien hechos» y contar con tu gracia que tiene el poder de sanarnos nos da paz. (Cf. Mt 8, 1-4; Mc 1, 40-45; Lc 5, 12-16)

(P. JLSS)