(Hch 14, 5-18 / Sal 113B / Jn 14, 21-26)
Cuando uno comparte el amor que Dios le ha dado, cuando hace Caridad, es muy fácil de reconocerlo porque no se preocupará por ser visto o reconocido. Esa es la diferencia más común entre la Caridad, la filantropía y el deber por el deber, el mismo Jesús nos advertía de tener cuidado de no practicar nuestras obras de piedad para que nos mire la gente (cf. Mt 6, 1).
Por ello, ante las palabras del Señor: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras” Debemos cuestionarnos cuánto amamos al Señor ¿permitimos que su amor transforme nuestras vidas?
Pablo y Bernabé sabían muy bien cuál era su papel en la predicación, darle su lugar a Dios, no se sentían protagonistas por ello no se dejaron seducir por la ovación del pueblo, “se rasgaron las vestiduras e irrumpieron por entre la multitud, gritando: «Ciudadanos, ¿por qué hacen semejante cosa? Nosotros somos hombres mortales, lo mismo que ustedes. Les predicamos el Evangelio que los hará dejar los falsos dioses y convertirse al Dios vivo…»”
Padre Celestial, envía a nosotros la fuerza del Espíritu Santo para romper toda soberbia que nos impida darte el primer lugar en nuestras vidas, también con toda falsa humildad que disfrace una búsqueda de vanagloria personal. Que tú seas siempre el primero en todos nuestro empeños. Aumenta en nosotros la Caridad y destruye toda vanidad.
(P. JLSS)
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