(2Sam 15, 13-14. 30; 16, 5-13 / Sal 3 / Mc 5, 1-20)
“Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo…” (Lc 7, 16) eso exclamaban quienes miraban los milagros y portentos del Señor solamente y no prestaban atención para contemplarlos como signos mesiánicos y alegrarse por la llegada del Señor.
En la primera lectura hemos escuchado una actitud totalmente diferente en el rey David, ya no se nos presenta soberbio sino humilde, está pendiente a la voluntad de Dios y no se deja impresionar por apariencias y/o desgracias: “Déjenlo que me maldiga, pues se lo ha ordenado el Señor. Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones.”
En el Evangelio, escuchamos la liberación del endemoniado y cómo las personas que le conocían, no se muestran agradecidos por su liberación, tienen su mente ocupada pensando en sus animales muertos y en lugar de acercarse a Jesús para conocerle, nos dice el Evangelio que “Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca”.
Padre Santo, nosotros hemos reconocido el amor que tú nos tienes y queremos permanecer en Él, por eso te pedimos que nos ilumines para estar atento a tu paso por nuestras vidas y no ignorarte por estar interpretando las cosas como quien no te conoce (cf. 1Jn 4, 16-18). Espíritu Santo, fuente de toda luz ¡Ilumínanos!
(P. JLSS)
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