(Jer 23, 5-8 / Sal 71 / Mt 1, 18-24)

Esta semana la liturgia de la palabra nos invita a esperar al Señor con alegría, a ejemplo de María. Estamos hablando de la alegría del Evangelio y la cercanía del Señor que proviene no sólo de un mero sentimiento bonito sino una que emana de tener puesta nuestra seguridad en Dios.

En María se cumple la profecía de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz Un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.” Se necesita también mucha humildad para reconocer la grandeza de esta mujer en medio de tan grande misterio, José fue capaz de comprender que el poder de Dios rebasa nuestra lógica.

Aceptemos que el Señor quiere venir a nuestra vida para transformarla, si se lo permitimos, él quiere nuestra paz, nuestra serenidad y libertad, la pregunta que debemos formularnos es qué es aquello que nos aferramos a no soltar y por qué tenemos dejar esto.

No nos dobleguemos ante nada, para ser libres nos liberó el Señor, no nos sometamos al yugo de la esclavitud (cf. Gal 5, 1), aferrados únicamente al Señor y cuando el temor surja, inmediatamente hacerle presente. “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace grandes cosas. Que su nombre glorioso sea bendito y la tierra se llene de su gloria.”

(P. JLSS)