(Gn 14, 18-20 / Sal 101 / 1Cor 11, 23-26 / Lc 9, 11-17)

Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el don que Jesucristo ha querido dejarnos como alimento de vida eterna, como alimento y remedio saludable. No lo hace en sentido figurado sino real, “por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva”.

¿Hace cuánto no comulgas? Y si es mucho el tiempo y no tienes ninguna situación irregular ¿por qué no lo has hecho? No hay nada más triste que temer contando con todo lo necesario para no tener porque hacerlo, no hay nada más triste que un cristiano débil en su esperanza por no acudir al alimento de vida eterna.

El Señor sigue al pendiente de nosotros, reconoce cuando tenemos “hambre” y multiplica el pan para que no nos andemos llenando de cualquier cosa. En la eucaristía ha querido quedarse para que no andemos buscar saciar nuestros apetitos con cuestiones secundarias. Acudamos al altar y recordemos que la eucaristía no es un premio para los buenos, es fortaleza para los débiles.

Pidamos a Dios que grabe en nuestras mentes las palabras de su Hijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre…” que en los momentos de miedo, incertidumbres o duda acudamos a la Eucaristía como primer opción. “Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón; mas si las vemos con fe, entraran al corazón.”

(P. JLSS)