JUEVES – SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ez 36, 23-28 / Sal 50 / Mt 22, 1-14)

Ante el inmenso amor de Dios deberíamos ponernos en el lugar de los personajes del Evangelio y cuestionarnos si vivimos como invitados al banquete de bodas o como «colados», es decir como el personaje al que se le interpela: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?. Aquel hombre se quedó callado…”

Si se nos preguntara por qué no se nos nota lo inmensamente amados que somos ¿también nosotros nos quedaríamos callados? Meditar en el sacrificio de nuestro salvador debería hacernos clamar las palabras del salmo “crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos” y dejar que acto nos transformara.

A través del profeta Ezequiel, Dios nos anuncia todo lo que hoy sabemos que nos ofrece: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y los haré vivir según mis preceptos, y guardar y cumplir mis mandamientos. Habitarán en la tierra que di a sus padres; ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios…”

¿Permites que este amor té impacte? ¿Existe algo por lo cual dudes de todo esto que se te ofrece? Quien cree en Jesucristo no puede dudar del inmenso amor que Dios le ofrece, así que no le permitamos jamás a ningún prejuicio ajeno o personal que nos haga dudar de lo profundamente amados que somos, «la noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la Luz» (Rm 13, 12).

(P. JLSS)

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