JUEVES – SEMANA IV DE CUARESMA

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(Ex 32, 7-14 / Sal 105 / Jn 5, 31-47)

Quienes creemos en Jesucristo confesamos ser conscientes de que «tanto nos ha amado Dios, que nos entregó a su Hijo único, para que creyendo en él tengamos vida eterna… no lo envió para que nos condenara, sino para que nos salváramos por su medio». (cf. Jn 3, 16-17)

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene en que ha enviado a su hijo, por eso no vivimos presos del temor, porque el amor hecha fuera el temor (cf. 1Jn 4, 16-18), por eso debemos cuestionarnos qué tanta cabida le hemos dado al temor y a la desconfianza en nuestras vidas.

Es bien interesante lo que se narra en el libro del Éxodo, es impresionante como después de la acción de Dios nos podemos olvidar rápidamente de su acción, basta que nos falta cualquier cosa para quererle abandonar: “veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos…”

Dejemos que nos interpelen las palabras de Jesús: “Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ese sí lo recibirían”. Que Dios aumente nuestra fe, que nos fortalezca para dejar de actuar como niños que quieren abandonar a Dios solo cuando no se le entiende, no vaya ser que terminemos también adorando becerros.

(P. JLSS)

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