(Ez 47, 1-9. 12 / Sal 45 / Jn 5, 1-16)
La Misericordia de Dios debe movernos más que el temor, por eso le pedimos que «cree en nosotros un corazón puro y nos devuelva su salvación, que regocija», debemos tener mayor atención en el regocijo que en el temor ¿por qué te dejas entretener más?
Hay quienes viven pensando en sus limitaciones en lugar de vivir confiando en la gracia que los puede hacer salir victoriosos de las mismas, en el evangelio escuchamos cuando Jesús llega con este hombre que tenía treinta y ocho años enfermo y le pregunta si quiere curarse, este le responde con unas de sus imposibilidades, pero el Señor le invita a confiar más en sus palabras que en sus limitaciones: «Levántate, toma tu camilla y anda».
Cristo es ese torrente que mana desde el santuario, el amor y la misericordia que Dios nos ha manifestado en Él es como el inmenso caudal que habla el profeta capaz de sanear el agua salada, de que todo ser que se acerca a éstas viva, los árboles regados con este agua: sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina… con Cristo abundamos en gracias.
Por eso pidámosle a Dios que nos haga capaces de reconocer el inmenso amor que nos ofrece y dejarnos transformar por su presencia. Que el Espíritu Santo fortalezca nuestra fe, para poder decir con plena certeza: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, quien en todo peligro nos socorre. Por eso no tememos, aunque tiemble, y aunque al fondo del mar caigan los montes”.
(P. JLSS)
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