(Jr 17, 5-10 / Sal 1 / Lc 16, 10-31)

Ayer reflexionamos acerca de lo importante que es prestar mayor atención a Dios que a los prejuicios exteriores; este día la palabra nos invita a que nos preguntemos en qué, o quién, tenemos puesta nuestra confianza ¿en Dios o en los hombres? Son muy interesantes las imágenes que utiliza Jeremías “cardo en la estepa” y “árbol plantado junto al río”.

De quien confía en los hombres, nos dice el profeta: “vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”; de quien confía en Dios, dice: “cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos.” ¿A tu vida le falta agua? Recordemos, donde este nuestro tesoro allí estará nuestro corazón.

En el Evangelio escuchamos la historia del rico epulón y el pobre Lázaro, el primero banqueteaba olvidándose de las necesidades de quien padecía en la puerta de su casa, por su parte Lázaro el mendigo ansiaba saciarse de las sobras que caían de la mesa pero, por lo que prosigue nunca culpó a Dios de su miseria, por su fidelidad alcanzó la vida eterna, el otro por vivir ciego por la avaricia, no.

Debemos tener cuidado de caer en esto, quien confía en lo temporal terminará creciendo en la soberbia y cerrándose a las necesidades del otro, incluso a los de su propia casa. Pidámosle a Dios el don de la humildad para lograr tener empatía con el otro y preocuparnos por sus necesidades no por obligación de la ley, sino por compasión de hermano. Dios es nuestro Padre, en Él pongamos nuestra confianza.

(P. JLSS)