(Am 7, 12-15 / Sal 84 / Ef 1, 3-14 / Mc 6, 7-13)

La semana pasada pedíamos a Dios que nos diera la capacidad de poner mayor atención en su gracia que en nuestras limitaciones, esta semana reconociendo esta misma necesidad le pedimos al “Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento”.

Una cosa debemos de tener clara, Dios nos ama infinitamente porque así lo ha decidido, deberíamos vivir con la tranquilidad de Amos, que cuando le tratan de impedir profetizar con toda tranquilidad dice: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo, Israel»”, procuraba hacer lo que Dios le pedía.

Así nosotros también, somos llamados a hacer lo que el Señor nos pide, hoy se nos invita, por medio del apóstol San Pablo), a ser «santos e irreprochables ante los ojos del padre», y se aclara de qué manera: «por el amor», no dice «hacer mucho», ni tener mucho conocimiento teórico, dice que es por medio del amor. Ya reconocimos que Dios nos ama infinitamente, hoy se trata de dejarnos amar, aceptando la infinita misericordia.

En el Evangelio, Jesus envía a los doce, confiando en la providencia de Dios, quien se sabe amado no pierde la esperanza, sabe que tarde o temprano el amado vendrá en rescate. Nosotros no estamos perdidos ni abandonados, tenemos un Pastor que nos cuida y vela por nosotros, dejemos al Espíritu Santo actuar en nuestro interior, dejémonos amar. “Este Espíritu es la garantía de nuestra herencia, mientras llega la liberación del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria”.

(P. JLSS)