(Hch 5, 12-16 / Sal 117 / Ap 1, 11. 12-13. 17-19 / Mc 20, 19-31)

Al comenzar la cuaresma escuchábamos la invitación a «dejarnos reconciliar con Dios» (cf. 2Cor 5, 20), mientras se nos invitaba a ejercitar nuestras obras de piedad queriendo cambiar algo, queriendo dejar malos hábitos, etc. ¿Procuramos cumplir eso que ofrecíamos? ¿Terminamos esta cuaresma habiendo cambiado en algo?

Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, mientras celebramos el triunfo del Señor, la Iglesia nos invita a reconocer esa firme determinación que Dios tiene por nuestro bien ¿quieres saber lo que es la Divina misericordia de Dios? Imagínate que estás haciendo aquello que sabes que es lo que más te aleja de Dios y reconoce al mismo tiempo el amor que Dios te tiene.

Cuando uno se enfrenta al amor de Dios, se le facilita soltar todo lo que estorba en esta relación de amor, es lo que pasa con el apóstol Tomás, prefirió creer más en sus razonamientos humanos que en el amor de Dios, así cuando se enfrenta con la misericordia pasa de la desconfianza a la adoración, se le aparece Jesús y le dice: “Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree. Tomás le respondió: ¡Señor mío y Dios mío!”.

Aceptemos la paz que el Señor nos ofrece, dejemos de creer tanto en la magnitud de nuestros pecados y creámosle más a su amor, dejemos que la experiencia de su amor nos conduzca hacia él en busca de su perdón. La misericordia nos impulsa a buscar el perdón. Recuperemos nuestra amistad con el Señor que nos dice “No temas. Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá”.

(P. JLSS)