(Hch 1, 1-11 / Sal 46 / Ef 4, 1-13 / Mc 16, 15-20)

Hoy celebramos la Ascención del Señor, después de cuarenta días en los que estuvo apareciéndose resucitado a sus discípulos y apóstoles para darles instrucciones, nuestro Señor Jesucristo subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios donde «intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo» (cf. CCE 667).

Si tenemos un intercesor de tal magnitud, que nos ha demostrado que su amor y fidelidad supera en mucho nuestras capacidades ¿por qué andar de temerosos? Conscientes del amor y cuidado de nuestro Señor, hagamos caso a San Pablo: “…lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”. Dios nos quiere en paz, tranquilos, libres.

Dios nos ofrece todo lo que necesitamos para cumplir con nuestras responsabilidades diarias ¿permitimos que nos impulse su gracia o le rechazamos? El envío que Jesús hace a los once “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”, lo debemos sentir también nuestro, porque si profesamos un amor tan grande, un Salvador, un Señor, etc. se nos debe de notar ¿cómo está tu confianza en Jesucristo?

En el libro de los Hechos escuchamos como debe ser nuestro proceder, no debemos andar queriendo conocer todo, ni sólo estar “mirando al cielo”, debemos hacer lo que nos toca confiando en que allí donde está nuestro Buen Pastor llegaremos sus ovejas. No estamos solos, Él estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos”.

(P. JLSS)