SÁBADO – SEMANA XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Job 42, 1-3. 5-6. 12-16 / Sal 118 / Lc 10, 17-24)

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.” Esta alabanza de nuestro Señor siempre se me viene a la mente cuando miro a quienes pareciera que se olvidan de buscar cumplir la voluntad de Dios por alcanzar “puestos” o corretear ser eruditos o aparentar sabiduría (neopelagianos y neognosticos) ¿te pareces a algunos de estos dos grupos?

Para quienes creemos en Jesucristo, reconocemos su enseñanza en que la aceptación y abandono a la voluntad de Dios no nos dejará desamparados y es más fuerte que la misma muerte. Podríamos hacer nuestras las palabras del Salmo: “Enséñame a gustar y a comprender tus preceptos, pues yo me fío de ellos. Sufrir fue provechoso para mí, pues aprendí, Señor, tus mandamientos”.

La enseñanza del libro de Job es precisamente esa, Dios siempre premiará nuestra fidelidad y nunca nos dejará desamparados ¿existe alguna situación que ahorita te esté haciendo difícil permanecer fiel a Dios? ¿Existe algún sufrimiento que te esté distrayendo? Pídele al Señor que te ayude.

Jesús, en el Evangelio, ubicó a los discípulos que se estaban dejando impresionar por lo que Dios estaba haciendo por su medio y los centró en lo que es verdaderamente importante: “Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo…” Padre ayúdanos a disfrutar más de tu amor, que gocemos ser tu propiedad de tal manera que no temamos ninguna amenaza pues quien camina junto a ti jamás tropezará (cf. Rm 10, 11).

(P. JLSS)

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