VIERNES – SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Tit 1, 1-5 / Sal 95 / Mc 4, 26-34)

Tras la fiesta de la conversión de san Pablo, Apóstol, la Iglesia nos invita a recordar a los santos Timoteo y Tito, quienes junto con san Lucas fueron los fieles colaboradores del Apóstol. De Timoteo dice no tener igual animo por nadie (cf. Flp 2, 19-20), de Tito dice que es su verdadero hijo en la fe (Cf. Tit 1, 4).

En la conversión de estos dos hombres podemos recocer nuevamente la misericordia de Dios, Timoteo tenía madre Judía y padre pagano (cf. Hch 16, 1) y Tito era griego de nacimiento (cf. Gal 2, 3) y, sin embargo, ambos creyeron en la predicación del Evangelio y este no fue estéril en ellos.

Se trata de dejar a Dios actuar en nuestras vidas, creerle y dejar que su amor invada toda nuestra existencia, no olvidemos las palabras de Jesús: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas.”

Dejemos a Dios actuar en nosotros, no limitemos su acción por nada, mucho menos por prejuicios y limitaciones personales, cuando esto quiera pasar alabemos a Dios padre por su misericordia y su amor, aprendamos a ver nuestras limitaciones como recordatorios de necesidad de gracia (Cf. 2Cor 12, 7-9). “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.”

(P. JLSS)

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