(Hb 10, 32-39 / Sal 36 / Mc 4, 26-34)

Ayer escuchamos en el texto de la segunda carta de San Pablo a Timoteo la invitación a reavivar el don de Dios, a recordar que contamos con el Espíritu Santo, que no es espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y moderación. Hoy se nos añade otro elemento, pensar en la recompensa de la fe… (cf. Col 3, 23-24)

“Lo que ahora necesitan es la perseverancia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancen lo prometido…, nosotros no somos de los que desconfían y perecen, sino hombres de fe, destinados a salvarnos.” Con estas palabras el autor de la carta a los hebreos nos invita también a no perder la paciencia y a perseverar.

Sigamos el consejo del salmista, “pon tu esperanza en Dios, practica el bien y vivirás tranquilo en esta tierra…” abandonémonos en las manos del Señor, tengamos presente que los cambios que el amor produce son firmes, no apresurados, estables y duraderos. Todo cambio apresurado carecerá de raíces.

Señor, confiados en tu palabra te pedimos que fortalezcas nuestra esperanza, aumentes nuestra fe y acrecientes nuestra paciencia que jamás olvidemos que “el Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”. No nos desesperemos.

(P. JLSS)