VIERNES – SEMANA III DE PASCUA

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(Hch 9, 1-20 / Sal 116 / Jn 6, 52-59)

Hoy la palabra nos invita a revisar qué tanto valor le damos a dos Sacramentos, el Bautismo y la Eucaristía. Por un lado, en la primera lectura se nos narra la vocación de San Pablo y un poco de cómo fue ese proceso, desde su encuentro con Jesús hasta su bautismo; en el Evangelio, se habla sobre la necesidad de comulgar.

En la narración de la conversión de san Pablo encontramos varios elementos: Saulo se encuentra con Jesús acompañado, sin embargo, es él quien se encuentra con Jesús y la ceguera en la que vivía se manifiesta físicamente, tras su encuentro se pone a meditar y acepta la salvación, es iluminado por la verdad y es bautizado, recuperando su vista. Las «escamas de sus ojos» se han caído. ¿Permites que la luz del Señor penetre tus cegueras?

Jesús ha venido anunciando la necesidad que tenemos de comer su cuerpo y de beber su sangre para tener la vida eterna, no lo hace en sentido figurado, ante las dudas de los judíos acerca de esto, no explica el misterio, sólo aclara literalmente: “Si no comen (φάγητε, comer) la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come (τρώγων, masticar, tragar) mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”.

Tras nuestro bautismo fuimos «liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión» (cf. CCE 1213) ¿Se nos nota? ¿Aún no vemos con claridad? Si sentimos que a nuestra vida le falta algo, quizá sea la falta de Comunión… ¿hace cuanto no comulgas?

(P. JLSS)

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