SÁBADO – XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Flp 1, 18-26 / Sal 41 / Lc 14, 1. 7-11)

Esta semana la Palabra nos ha invitado a reflexionar acerca de la esperanza, de una u otra manera, se nos ha venido invitando a anhelar nuestro encuentro con el Señor y a tener presente que una forma segura para alcanzar este encuentro con Dios es haciendo lo que nos toca confiados en su misericordia y abandonados a su gracia.

Quien se fija sólo en sus limitaciones, tarde que temprano terminará dudando, por no tener en cuenta aquello con lo que cuenta. Para quienes podamos estar contemplando más nuestras fragilidades que el amor de Dios, hoy se nos recuerdan las palabras del Señor: “Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Se nos invita a dejarle cargar junto a nosotros.

Pablo se dejó impresionar tanto por su llamado y por la misericordia que Dios tuvo para con él, que cambio rotundamente y convirtió su pasado en un lugar al que no pensaba regresar, experimentó algo semejante a lo que Jesús presenta en el Evangelio, de estar en el último lugar fue colocado en uno honorífico. Todos por misericordia de Dios hemos vivido esta experiencia ¿nos dejamos impresionar por ésta?

Pidámosle a Dios nuestro Padre que aumente en nosotros profundamente la experiencia de su amor, que seamos capaces de reconocer todo lo que implica su misericordia para poder experimentar la verdadera libertad, que expresa Pablo de esta manera, “…por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes…” Espíritu Santo, fortalece nuestra esperanza.

(P. JLSS)

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