DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sab 11, 22-12, 2 / Sal 144 / 2Tes 1, 11-2, 2 / Lc 19, 1-10)

La semana pasada escuchamos en el Evangelio las dls maneras en que uno se puede dirigir a Dios, por un lado quien se cree bueno (el fariseo) y, por el otro, aquellos que son conscientes de sus limitaciones (el publicano); hoy la palabra nos invita a reconocer que no es por nosotros sino que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar”.

¿Aún te dejas impresionar por la misericordia de Dios o ya ni piensas en ello? Escuchamos en el libro de la sabiduría, algo que deberíamos tener bien presente frente a Dios: “Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse.” Él está dispuesto a recibirnos.

Muchos de nosotros quizá seamos «Zaqueos» que intentamos acercarnos a Dios pero la gente nos lo impide, con los prejuicios, las críticas, el mal, etc., ante las ganas de conocer a Jesús quizá hoy necesitemos “subirnos a un árbol”, interpretar la realidad con la confianza como de los niños que saben que el papá está cerca (cf. Mt 18, 3) y confiar en que “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Padre venimos ante ti conscientes de nuestra pequeñez pero también de tu inmenso amor, te damos gracias por todo lo que has hecho por nosotros, ayúdanos a vivir agradecidos “porque tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho; pues si hubieras aborrecido alguna cosa, no la habrías creado.” Y si estamos hoy aquí es una prueba más del amor que nos tienes y que por esto no nos dejemos perturbar tan fácilmente.

(P. JLSS)

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