(Is 52, 7-10 / Sal 97 / Hb 1, 1-6 / Jn 1, 1-18)
“En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo…” si queremos comprender o encontrar respuesta para algo que nos parezca incomprensible, la mejor manera de comenzar es adentrándonos al misterio de Jesucristo.
Hacer un recorrido por todo lo que implicó su encarnación: su nacimiento (que hoy celebramos), su infancia envuelta en varias vicisitudes, cuando se les pierde a sus papás, todos los años en que no sabemos nada de su vida, que paso como uno de tantos, su vida pública, su pasión, su muerte, su Resurrección y Ascención (Cf. Flp 2, 5-11); nos ayuda a darnos cuenta que él se quiso manifestar cercano, que nos comprende en todas las etapas de la vida.
“De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo”. No temamos a acercarnos al Señor, dejemos que la ternura, la serenidad, la paz del día de su nacimiento disipe todas las tinieblas que pudiéramos traer en estos momentos y que el misterio de su nacimiento nos reanime a perseverar.
Celebrar la Navidad es reconocer la presencia de Dios en el silencio, en la calma y dejar que su presencia elimine todas las tinieblas por las que estemos pasando. Recordemos: “Un día sagrado ha brillado para nosotros. Vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra”. Y cualquier chispa, por más pequeña que sea, elimina la oscuridad, cuanto más lo puede hacer Aquel que es la Luz (Cf. Jn 8, 12).
(P. JLSS)
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