SÁBADO – SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Ap 22, 1-7 / Sal 94 / Lc 21, 34-36)

Ayer terminábamos nuestra reflexión diciendo que somos conscientes de que nuestra fe no se trata de vivir presos de miedo a castigo alguno, sino de temer un día vernos alejados de Dios por nuestras propias acciones. Se trata de valorar más cuál es nuestra esperanza.

Hoy las lecturas nos invitan a anhelar entrar en la nueva Jerusalén, la celestial, donde no hay carencia de nada, hay plenitud, abundante agua, arboles frutales que dan cosecha cada mes, no hay oscuridad ni peligro alguno porque todo es cuidado y velado por el trono de Dios y del Cordero.

En el Evangelio, el Señor nos exhorta: “Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre”, se trata de estar atentos y vivir conforme al amor que Dios nos tiene.

Quien se sabe amado no anda buscando llenar vacíos porque el amor no se lo permite. Vivamos agradecidos por la redención y el cuidado de nuestro rey. “Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo, él nuestro pastor y nosotros, sus ovejas”. No estamos abandonados, prometió volver y Él siempre cumple lo que promete.

(P. JLSS)

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