(Gal 3, 21-29 / Sal 104 / Lc 11, 27-28)

Nuestra fe se debe centrar en Cristo, debe ser cristocéntrica, todos los demás actos de piedad deben emanar de nuestra fe en Jesucristo, conducirnos hacia él y fortalecer nuestra perseverancia en su camino conscientes de que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados». (1Jn 4, 10)

Quizá en estos momentos nuestra mayor preocupación debería estar puesta en el amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo y dejar que el impulso del mismo y de la gracia nos lleven a reconocer aquello que el Señor esta obrando en nuestras vidas y lo que nos toca a nosotros hacer.

En el Evangelio de este día escuchamos cómo una mujer aprueba las palabras que Jesús acababa de decir sobre nunca cesar de cuidar nuestra fe muy al modo oriental de bendecir a la madre (Cf. Prov 23, 24-25; Gn 30, 13; Lc 1, 58), pero él le conduce a buscar maravillarse de otra cosa: “dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Pidámosle Dios que por medio del Espíritu Santo nos haga experimentar su amor y dejarnos conducir por él. No nos desesperemos, no acudamos a refugios baratos, confiemos. “Recurran al Señor y a su poder y a su presencia acudan. Recuerden los prodigios que él ha hecho, sus portentos y oráculos.”

(P. JLSS)