(2 Re 5, 14-17 / Sal 97 / 2 Tim 2, 8-13 / Lc 17,11-19)

La semana pasada podríamos resumir toda su temática en la frase del profeta Habacuc: “el malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe…” y fue una constante invitación a mantenernos firmes en la fe. Hoy la palabra nos invita a no dejar estancada nuestra fe, sino permitirle al Señor que siga actuando en nosotros.

¿Existen situaciones de nuestra vida que nos hagan sentir rechazados o relegados, ya sea por Dios o por los demás? Hay que dejar de pensar en nosotros, en los prejuicios que nos han sembrado y prestar mayor atención al Poder y la Misericordia de Dios, como hicieron los leprosos del Evangelio y Naamán.

¿Reconoces aquello que necesitas cambiar o ya te acostumbraste a vivir con ello? Se trata de dejar que Jesús se involucre en nuestras vidas conscientes de que “Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo.” A lo único que hay que aferrarse es al amor y la gracia de Dios.

Hay que reconocer lo que Dios ha obrado por nosotros y saber agradecer lo que nos ofrece y lo que nos ha dado porque si no agradecemos puede que lo olvidemos pronto. Concédenos Padre saber valorar lo que has obrado en nosotros y recurrir a ti agradecidos, líbranos de una fe que sólo busque recibir y nunca corresponder. Espíritu Santo ayúdanos a ser dóciles al impulso del amor.

(P. JLSS)