SÁBADO – SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Cor 15, 35-37. 42-49 / Sal 55 / Lc 8, 4-15)

Ayer reconocíamos que necesitamos ser sencillos para aceptar con mayor facilidad la misericordia de Dios, el hecho de que él siempre nos busca y está dispuesto a recibirnos siempre. Él jamás nos cerraría las puertas, somos nosotros los que podemos llegar a rendirnos o dejar de luchar.

Para perseverar en la lucha debemos escuchar con mayor frecuencia la palabra del Señor, estar abierto a lo que Él nos diga a través de ella, dispuestos a cambiar y a que ésta dé fruto en nosotros, ser tierra buena. “Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto”.

San Pablo, por su parte, continúa explicando el tema de la resurrección a los corintios, hoy les dice: “es que no se han puesto a pensar que el grano que se siembra tiene que morir, para que nazca la planta. Lo que se siembran o es la planta que va a brotar, sino solamente la semilla, por ejemplo, de trigo o de cualquier otra cosa”. Para los cristianos lo importante del tema de la muerte es hacia dónde nos conduce ésta.

Que no se nos olvide, quienes somos del Señor debemos vivir con la tranquilidad de saber que él está de nuestro lado y si él está a favor nuestro ¿quién estará en nuestra contra? (Cf. Rm 8, 31-39) que se nos graben las palabras del salmo: “Yo sé bien que el Señor está conmigo; por eso en Dios, cuya promesa alabo, sin temor me confío. ¿Qué hombre ha de poder causarme daño?”

(P. JLSS)

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