(Is 7, 10-14 / Sal 39 / Hb 10, 4-10 / Lc 1, 26-38)
Nueve meses antes de la Navidad celebramos la Solemnidad de Anunciación del Señor, el día en que “aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria.” El día del cumplimiento de las profecías de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel…”
En el misterio que celebramos este día podemos reconocer varias cosas: la voluntad de Dios que quiere que todos nosotros nos salvemos (cf. 1Tim 2, 4); en María, aprendemos que ante la incomprensión de la voluntad de Dios debemos preguntar «¿cómo?» antes que «¿Por qué?»; y, también, que «nada es imposible para Dios».
¿Existe algo en estos momentos de tu vida que te esté haciendo dudar de Dios? No olvides su amor, ¿ya le pediste a Él que te ayude para saber cómo salir adelante? Si no lo has hecho, hazlo en estos momentos reconociendo que nada es imposible para Él ni para el que tiene fe (cf. Mc 9, 23).
Jesucristo vino al mundo para que seamos libres, no vivamos presos del temor, abandonémonos en sus brazos y pidámosle que nos haga experimentar su amor. Cristo cumplió con la voluntad del Padre “y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.” Que no se nos olvide, para ser libres hemos sido liberados. (cf. Gal 5, 1)
(P. JLSS)
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