SÁBADO – SEMANA III DE PASCUA

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(Hch 9, 31-42 / Sal 11t / Jn 6, 60-69)

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios…” aún cuando esta frase no sea desconocida para muchos de nosotros, pocos tenemos en cuenta el contexto, muchos discípulos están abandonando al Señor por no comprender su discurso del pan de vida y Jesús les pregunta a los apóstoles si también ellos quieren dejarle.

Hay temas que se escapan de nuestra total comprensión, lo cual no es sinónimo de mentira, simplemente es porque siempre serán un misterio (una cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe) entre estas cosas esta la Eucaristía. Después de escuchar el capítulo seis de San Juan no podemos dudar del deseo del Señor de alimentarnos.

Si san Pedro, por su fe en Jesucristo y en el ejercicio de su ministerio pudo hacer grandes proezas y milagros como los que hemos escuchado en la primera lectura ¿Jesús no podrá hacer el milagro de la eucaristía, solo porque nosotros no lo comprendamos? ¿es todo poderoso o no? Los demás Evangelios nos narran la institución de la Eucaristía como algo importante y San Pablo deja testimonio de que esto no era visto como algo simbólico en 1 Cor 11, 23-30.

Que diferente será nuestra vida de fe cuanto más cercanos estemos a la Eucaristía, no desaprovechemos este maravilloso don que el Señor Jesús nos ha querido dejar como alimento y fortaleza nuestra. No nos comportemos como aquellos de los que habla san Ignacio de Antioquía (35-107 d.c.) que «se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad» (cf. carta a los esmirniotas, 7).

(P. JLSS)

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