(Ap 7, 2-4. 9-14 / Sal 23 / 1 Jn 3, 1-3 / Mt 5, 1-12)

La comunión con los santos. «No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (CCE 957, LG 50).

Hoy celebramos a todos aquellos hermanos nuestros (canonizados oficialmente o no) que ya glorificados, contemplan a Dios mismo, uno y trino, tal cual es (Cf. LG 49) y que como miembros de la Iglesia interceden también por nosotros para que nada nos aleje de Dios. A esa multitud de la que habla Juan: “Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas.”

¿Qué tanto anhelamos estar delante de nuestro Padre celestial? ¿Cómo entendemos esta expresión? Se supone que como ovejas de nuestro Señor Jesucristo, nuestro mayor anhelo debe ser estar con él, allí todas nuestras heridas y cansancios se aliviarán: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio…” no nos hagamos sordos a su voz.

Que nuestra vida se guíe por esa invitación de Jesús, que nuestra esperanza nos haga anhelar llegar con aquel que dará el alivio de todo lo que nos pueda estar limitando, pidámosle a nuestro santo patrono que interceda por nosotros, busquemos un santo que se llame igual que nosotros y descubramos cómo a éste también le costó trabajo permanecer fiel, sin embargo, siempre prefirió ganar el paraíso a cualquier otra cosa.

(P. JLSS)