(Rm 8, 18-25 / Sal 125 / Lc 13, 18-21)

¿A qué situaciones en la vida le estás prestando demasiada importancia? ¿existe algo en estos momentos que te esté inquietando? ¿Será una dificultad de tu fe o de tu esperanza? Cabe preguntarnos esto tras escuchar la palabra de este día en la que se abordarán ambas cuestiones.

Por un lado, en el Evangelio, nuestro Señor por medio de dos parábolas nos ha enseñado que nuestra configuración con Él es de una manera gradual no instantánea, en la que más que realizar actividades concretas (como si de fórmulas mágicas se tratara) hay que tener docilidad a su acción. Como la semilla en la tierra, como la masa con la levadura…

En la primera lectura, San Pablo, nos exhorta a fortalecer nuestra esperanzas cuando dice: “Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.” La esperanza impulsará nuestro perseverar siempre que no la reduzcamos a algo meramente teórico.

Acudamos a Dios y pidámosle la luz del Espíritu Santo para saber reconocer si lo que estamos viviendo es un problema de falta fe o de profundizar en nuestra esperanza, para que una vez identificada la raíz de nuestras inquietudes, trabajemos por solucionarlas y le pidamos aquello que realmente necesitamos.

(P. JLSS)