MIÉRCOLES – SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Cor 12, 31-13, 13 / Sal 32 / Lc 7, 31-35)

En estos momentos de nuestra vida ¿cuál es nuestra aspiración? ¿Qué es lo que podemos reconocer que necesitamos de parte del Señor? El Apóstol san Pablo después de tratar varios asuntos de la comunidad de Corinto, después de exhortarles a aceptar su rol en la Iglesia, les invita a aspirar a dones de Dios más excelentes…

Cómo platicábamos ayer, lo importante no es el puesto o papel que desempeñemos en la comunidad, sino pertenecer a la comunidad. De qué sirve aspirar a puestos de importantes si uno olvida lo esencial que es el amor, tanto a Dios por todos los bienes recibidos, como al prójimo por saberlo nuestro hermano.

Quien pone todo su empeño en alcanzar un don, sólo por su importancia y no por su función, si lo llega a alcanzar, terminará por sentirse merecedor, terminará lleno de soberbia y cerrado a los demás. Hay que preguntarnos qué es lo que motiva nuestras aspiraciones y evitar que se cumplan en nosotros las palabras que escuche de un sacerdote mayor: «quieren el cargo, pero no su carga».

Quien busca protagonismo o importancia nunca tendrá llenadera, terminará siendo de aquellos en los que se cumplen las palabras:“Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado…”. Preguntémonos si buscamos corresponder al amor de Dios, aspiremos a disfrutar de su amor y que esto inspire nuestro servicio, hagamos una revisión de nuestra vida de fe siguiendo el himno de la caridad de Pablo y con humildad aceptemos qué nos está moviendo más ¿el amor o la vanagloria?

(P. JLSS)

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