MIÉRCOLES – SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(2Sm 24, 2. 9-17 / Sal 31 / Mc 6, 1-6)

Desde el domingo, la palabra nos ha estado invitado de una u otra manera a escuchar al Señor, existe mucha diferencia entre oír solamente y escuchar, lo primero es solo percibir por el oído, lo segundo es prestar atención a lo que se oye. ¿Hace cuánto no escuchamos la palabra de Dios? Es un mensaje al cual vale la pena estar atentos.

Uno de los errores más comunes a la hora de dejarse sorprender por el Señor, es considerar que ya se le conoce lo suficiente o, peor aún, dejar de tener interés por conocerle más. El mismo Señor lo dice, al contemplar la incredulidad de la gente: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa.”

Dios actúa siempre en nuestras vidas, lo único que se nos pide es corresponder al amor recibido y ser recíprocos con este don. El Rey David muchas veces se olvidó de hacer lo que Dios le pedía, de confiar en el poder que ya se le había manifestado y por eso caía en muchos errores, pero siempre volvía a comenzar.

El Papa Francisco suele repetir que «Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón» refiriéndose a esto precisamente, al hecho de ya no querer avanzar o quedarse estancado espiritualmente hablando. Pidamos a Dios la capacidad de ser responsables de nuestros actos y no querer hacer responsables a los demás de nuestros actos, como hoy hace David, “Soy yo, Señor, el que ha pecado; soy yo, el pastor, quien ha obrado mal. ¿Qué culpa tienen ellos, que son las ovejas?”. Hagamos nuestra propia versión de esta oración.

(P. JLSS)

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