(Is 7, 10-14 / Sal 24 / Lc 1, 26-38)
En esta preparación para la ya cercana Navidad, la liturgia nos invita a aclamar al Señor con la siguiente antífona: “Llave de David, que abres las puertas del Reino eterno, ven a librar a los que yacen oprimidos por las tinieblas del mal.” Jesucristo es el único que puede abrir lo sellado en nosotros es cuestión permitírselo.
Cuando a María le es anunciado el misterio de la Encarnación, vive todo el proceso que humanamente se debe vivir ante lo que nos confía Dios, dice el Evangelio que “ella se preocupó mucho y se preguntaba que querría decir semejante saludo…” no comprende pero busca hacerlo, no se queda en su soberbia.
Cuando se le responden sus interrogantes, cree en la respuesta y se abandona pidiendo sólo que le ayuden a comprender un poco más el misterio: ¿cómo va a ser esto…? Nuevamente acudamos a Dios con confianza y transformemos nuestros porqués en cómos, sólo quien le tiene a Él es capaz de reconocer pequeño a aquello que así lo es en realidad.
En María se ha cumplido la profecía de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.” Acerquémonos a ella con plena confianza y pidámosle que nos acerque a su Hijo, porque anhelamos la libertad que él trae y creemos en la Señal de amor que Dios nos ha dado en Él. Señor Jesús abre en nosotros todo aquello que pudiéramos creer bloqueado, tu amor y gracia derriban todo muro o candado.
(P. JLSS)
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