MIÉRCOLES – FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD

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(1Jn 4, 11-18 / Sal 71 / Mc 6, 45-52)

Ayer comentábamos cómo la primera carta del apóstol San Juan nos invita a que demos testimonio de creer en Cristo, de una manera muy simple: amando. Hoy continúa diciendo “si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros”.

Pudiéramos decir que nuestra capacidad para amar al otro va depender del reconocimiento que hagamos del amor de Dios en nosotros mismos. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. Quien se sabe amado no le da entrada al temor.

En el Evangelio, aún cuando los discípulos del Señor habían sido testigos de la compasión del Señor y la multiplicación de los panes, se asustan al ver al Señor caminando sobre las aguas, dice el Evangelio que «tenían su mente embotada», eso hace precisamente el miedo y el temor, si le permitimos enraizarse en nosotros, nos embota la mente para evitar que reconozcamos la acción de Dios.

¿Cómo está nuestra mente? ¿Temerosa o consciente del amor de Dios? “En el amor no hay temor. Al contrario, el amor perfecto excluye el temor, porque el que teme, mira al castigo, y el que teme no ha alcanzado la perfección del amor”. Dios en Navidad ha querido manifestar al mundo que contamos con Él. Y al igual que Jesús en el Evangelio, nos dice: «¡Ánimo! Soy yo; no teman».

(P. JLSS)

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