MARTES – SEMANA VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Pe 1, 10-16 / Sal 97 / Mc 10, 28-31)

Amar al prójimo como el Señor nos ha amado implica, necesariamente, detenerse en este amor que hemos recibido, disfrutarle, dejar que su fuerza comience a manifestarse en nosotros. ¿Rinde frutos el amor de Cristo en ti? ¿De qué manera se manifiesta?

San Pedro lo ha dicho claramente: “así como es santo el que los llamó, sean también ustedes santos en toda su conducta, pues la Escritura dice: Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”. Abandonémonos al amor de Dios y permitámosle que sea éste, y no sólo la pura teoría, lo que nos haga caritativos con los demás.

Quien se deja mover por pura teoría, quizá sí hará cosas buenas por el «hermano», ayuda que estará cargada de búsqueda de reconocimiento personal, en lugar de ser algo por lo que Dios manifieste su presencia… “Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.

Nuestro esfuerzo debe estar puesto más en el disfrute del amor y de la gracia, que en querer aparentar nuestra fe. Permitamos que nuestras obras se basen en el amor de Jesucristo y no en la búsqueda de una recompensa solamente, el Señor ha sido claro: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”.

(P. JLSS)

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