(Sof 3, 1-2. 9-13 / Sal 33 / Mt 21, 28-32)

Cuando comenzamos la mayoría de las celebraciones Eucarísticas se lleva a cabo el acto penitencial en el cual reconocemos que somos pecadores, mismo que nos recuerda que no somos perfectos pero también nos debe llevar a experimentar la misericordia de Dios «que permanece fiel aunque nosotros no» (cf. 2Tim 2, 13).

¿Qué sentimiento despierta en ti la misericordia de Dios? ¿Despierta alguno? Siempre he afirmado que me da más miedo una persona que se cree buena que una que se sabe pecadora, la primera siente no necesitar de nadie y por ende no reconocerá lo que se hace por ella; la segunda se sabe necesitada de Dios y estará más dispuesta a recibirle.

El Señor les dice algo semejante a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo cuando después de la parábola sobre el hijo obediente y el desobediente, afirma: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios.” Unos si se abrieron a la invitación a la conversión y los otros no.

Pidámosle a Dios que por medio del Espíritu Santo destruya en nosotros cualquier rastro de soberbia y que haga que nos gocemos en su misericordia y en la alegría de ser amados por él, que está experiencia nos haga exclamar bendiciones como las del salmo, “Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo”.

(P. JLSS)